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El europeismo de Ortega

José Ortega y Gasset con la Facultad de Filosofía y Letras al fondo, en 1934.

José Ortega y Gasset con la Facultad de Filosofía y Letras al fondo, en 1934.

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La crisis del Euro, el brexit inglés, la avalancha de exiliados e inmigrantes, han desatado la crítica al Proyecto de Unidad Federal Europea propugnado principalmente por el llamado eje franco-alemán, e incluso, en España, ha empezado a despertar una tradición anti-europea en la que el chivo expiatorio habitual suele ser el filósofo Ortega y Gasset, con su famosa frase “España es el problema, y Europa la solución”.

Pero, en el entendimiento de dicha frase persiste lo que consideramos una mala lectura de Ortega. Pues la solución europea para los problemas de España no era, en el filósofo madrileño, una cuestión meramente económica o política, sino educativa o, como hoy se dice, cultural. La “solución europea” era que España se incorporase a la cultura científica y filosófica que modernamente había florecido en los países como Inglaterra, Francia o Alemania, remediando un retraso secular en tales materias.

Pues, Ortega pensaba que el progreso y la riqueza de tales países se debía, en una parte sustancial, a su apuesta por la ciencia y la filosofía moderna, mientras que una España intelectualmente decadente y poco modernizada, permanecía en la miseria y el atraso. Esa cultura moderna es la que hoy, con USA a la cabeza, continúa siendo estimulada en los países más desarrollados del planeta, marcando un horizonte de civilización y progreso, aunque no exento de aspectos críticos, como el diagnosticado por Ortega como “rebelión de las masas”.

Dicha cultura moderna es la que, tras el despegue como potencia industrial en el franquismo, debía desarrollarse en España con la democracia. Pero no se ha hecho de la forma debida. Pues, lo que se ha producido ha sido el triunfo de una oligarquía de políticos, banqueros y medios de comunicación, caracterizada por la mediocridad de su europeismo utópico, que sueña con ceder soberanía, no importa cuanta, a una Europa Federal. Ortega nunca defendió tal cosa, pues en su concepción de la unidad europea se suponía una fuerte política nacionalizadora en España y no una mera cesión supranacional de competencias estatales.

Excesos tales, como la cesión de la soberanía monetaria al entrar en el Euro, nos han conducido a la delicada situación política y económica en que nos encontramos actualmente como país.

Ortega tenía otra filosofía, muy diferente del papanatismo europeísta hoy dominante. Por ello, es preciso recordar, para una mejor comprensión de la frase, que Ortega, en una época posterior a aquella en que pronunció dicha frase, -lo que ocurrió en un discurso de marzo de 1910 en la Sociedad El Sitio de Bilbao-, consiguió liberarse de la influencia culturalista alemana de los neokantianos de Marburgo, y se atrevió a proponer una nueva filosofía, el llamado Raciovitalismo, que contribuyese a superar asimismo la crisis interna de la propia modernidad europea que estalla en 1914 con la Primera Guerra Mundial.

Es decir, que Ortega creía, después de tan terrible conflicto, que España, para solucionar sus problemas de atraso y decadencia, no debía modernizarse copiando o imitando meramente las corrientes filosóficas inglesas, francesas o alemanas, sino que debía modernizarse culturalmente lo más originalmente posible, para aportar soluciones filosóficas y culturales nuevas, que permitiesen también a la civilización europea superar la llamada crisis de la Modernidad. Su famoso diagnóstico de la debilidad y escasez de unas élites excelentes, sigue siendo una constatación en la España democrática actual, tan ayuna de los mejores y tan llena de numerosas mediocridades con mucho poder.

Era preciso ponerse al día en lo que era la filosofía europea de entonces y por ello llevó a cabo una formidable labor de traducciones y de artículos periodísticos que permitiesen salir a las minorías intelectuales del país de la ignorancia reinante sobre tales materias en las cátedras universitarias, mayormente controladas entonces por el clero. Pero con eso no bastaba. Había que llevar a cabo la aportación española a la filosofía europea. Para eso era necesario la creación de minorías intelectuales formadoras de opinión y de nuevas ideas, que Ortega orientó hacia el Racio-vitalismo, creyéndolo más acorde para la forma de ser de los españoles.

No fue muy lejos en su tarea, debido sobre todo a la crisis que se abrió con la Guerra Civil. Pero, nos gustaría sugerir que quizás Ortega, con todas sus insuficiencias, haya sido una especie de visionario, un Moisés que apunta el camino hacía una Tierra Prometida para España y para la propia Europa, aunque fue condenado a no llegar a pisarla. De momento se le puede reconocer el acierto en la elección de los temas biológicos, vitales, como temas que empiezan a aparecer, en nuestro horizonte del siglo XXI, como profundos y dignos de preocupación para el futuro, como el "cambio climático", la superpoblación, la manipulación genética, el sentido de la vida, etc.